Un día me llegó una de esas cadenas de correo, una cadena que odiamos todos los que somos medianamente sensatos.
Por lo menos para mí ésa es una condición de la sensatez, pero ahora eso no importa, como decía, me llegó la cadena y cometí el error de leerla.
Según los 200 mil tipitos y tipitas que la habían reenviado, si vos alguna vez te atreviste a escribir algo, un cuento, un poema, una novela; estás condenado a hacerlo de por vida o pagarás las consecuencias.
De lo contrario, una noche ventosa de otoño vas a sentir que alguien golpea la puerta. Cada noche sucederá lo mismo, hasta que los nervios te traicionen y abras la puerta. Después de hacerlo, nada volverá a ser igual.
Nadie sabe exactamente lo que sucede en ese momento, porque nadie que haya abierto esa puerta pudo contar lo que pasó.
Yo no creo en las cadenas de la suerte ni en sus maldiciones, pero anoche después de que golpearon la puerta, prendí la computadora y me puse a escribir un cuento que comienza de esta manera: Un día me llegó una de esas cadenas de correo, una cadena que odiamos todos los que somos medianamente sensatos…
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