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jueves, 22 de septiembre de 2011

Epígrafe de "Una sombra ya pronto serás"

"Hace tiempo que todo me sale torcido: me parece que ahora en el mundo sólo existen historias que quedan en suspenso y se pierden en el camino".

Ítalo Calvino, Si una noche de invierno un viajero.


Caminito que entonces estabas
bordeado de trébol y juncos en flor
una sombra ya pronto serás
una sombra lo mismo que yo.

Filiberto-Peñaloza, Caminito.

Epígrafes de "Una sombra ya pronto serás", novela de Osvaldo Soriano.

sábado, 24 de octubre de 2009

Julieta, insomnio y Soriano


Julieta nació el martes 13.
Una de las primeras noches que con Ale compartimos solos con nuestra hija, sus llantos nos despertaron a las 2 de la madrugada. Se extendieron por más tiempo del que un padre primerizo puede soportar sin ponerse nervioso al no saber qué hacer.
Ale trataba de calmarla y yo caminaba desconcertado. Ordené, barrí, busqué la ropa que me pondría al otro día después de bañarme para ir a la radio, hasta que sobre el equipo de música encontré un libro.
Con Juli más calmada, tratando de lograr que hiciera su provechito, mientras Ale buscaba adentrarse en sus sueños, me acomodé en el sillón y abrí “La hora sin sombra”, de Osvaldo Soriano.

“Hace tempo que no puedo pensar con claridad. Algo me zumba en la cabeza como un moscardón encerrado y me confunde la memoria. Me llevó un buen rato entender lo que la enfermera me decía por teléfono. Mi padre se había escapado del hospital vestido con la ropa de un roquero al que habían internado por caerse del escenario. El médico de guardia dio aviso a la policía, pero no habían vuelto a tener noticias de él. ¿Adonde quería llegar? ¿De dónde sacaba fuerzas si se estaba muriendo?
Me encerré en la pieza del hotel y no pude dormir en toda la noche atormentado por el zumbido en el oído. Lo imagine pidiendo monedas en el colectivo, como en los tiempos en que volvió del exilio y no conseguía trabajo. A veces le daba plata para que pudiera comer, pero se la gastaba en cigarrillos y en los desarmaderos de la calle Warnes buscando piezas para armar un viejo Torino que había encontrado tirado en un baldío. Siempre metía los pies donde no debía: al darse cuenta de que su esplendor era cosa del pasado empezó a frecuentar mujeres viejas que lo mantenían un tiempo y después lo echaban a la calle.
Hace un mes vino a decirme que el coche estaba listo, que podíamos salir a la ruta, yo a escribir mi novela y él a retomar sus conferencias sobre historia en los pueblos de provincia. Pero ya estaba enfermo. Tenía dolores en la barriga, cagaderas y apenas se podía sentar. Lo acompañé al hospital y al salir de la consulta el médico me hizo un gesto como diciendo “está listo”. No sé si él se dio cuenta. Llovía a cántaros y mientras corríamos hacia la parada del colectivo recordé el lejano día en que se apareció en casa de mi madre con un Buick flamante que se había ganado en la ruleta. En esa época yo soñaba con escribir relatos de viajes a la manera de Jack London y Ambrose Bierce y empecé a acompañarlos en sus giras por las provincias como representante de las películas de la Paramount. Ése fue el verdadero fin de mi niñez y era tan dichoso que me hubiera resultado imposible imaginarlo como me dicen que está ahora, recién operado de un cáncer, huyendo con las tripas al aire”.

Comienzo de “La hora sin sombra”, de Osvaldo Soriano. Edición de Seix Barral, con prólogo de Tomás Eloy Martínez.