Hoy a la mañana volvía de la radio y pasé frente a la fiambrería del barrio. Dueño y empleada estaban con barbijos. Obviamente, paré para reírme, pero antes de que hablara me dijeron “no es por nosotros, es por vos”, una especie de “no sos vos, soy yo” pero sanitario.
Me contaron que llegó un cliente y pidió aceitunas. El dueño tuvo la mala ocurrencia de toser mientras abría el frasco. El cliente se acomodó y preguntó “eehh, no tenés en sachet”. “No, pero tengo estas que son muy buenas”. “Mmmn, dejá, vuelvo más tarde”.
A la tarde me crucé con un amigo que trabaja en el gremio docente. Hablábamos sobre la paranoia por la gripe A y la falta de stock de alcohol en gel, entonces me contó que había pedido que le compraran alcohol. “Común”, pregunté. “Vodka, whisky, lo que sea”, me aclaró.
Estaría bueno armar un grupo comando que tome por asalto a la gente en el centro y la bese (con amor). Total, siempre hay que alarmarse por algo.
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miércoles, 1 de julio de 2009
sábado, 13 de junio de 2009
El rocker de la zona pintada

El Loco Montenegro, un rocker de la zona pintada. El tipo que en el draft de 1988 ocupó el lugar N º 57 y fue elegido en tercera ronda por Philadelphia Sixers.
Todas esas cosas yo me las enteraba por El Gráfico. Iba a primer año, desde el 86 que vivía en Choele Choel, pero no hacía mucho que tenía amigos. Entonces, leía mucho. Por poner un ejemplo, en el Mundial de México, era una especie de Alejandro Fabbri a pequeña escala.
Estaba aferrado al deporte y cada semana iba a buscar la revista al kiosco “Los dos pibes”, que todavía está en la Avenida San Martín, tan feo como siempre.
Tiré muchas cosas el otro día, pero la firma de Montenegro todavía está en un cajón. Fue el único autógrafo que pedí en mi vida. Ni siquiera jugaba al básquet, pero todos se lo pedían y en la adolescencia, sino te diferenciás claramente, suele ser mejor parecerse al resto.
El Loco, creo que por razones familiares, iba al Valle Media. Esa noche estábamos en la esquina del boliche y empezó a bajar de una de esas cupés que se compran los que tienen guita y mal gusto.
Lo saludamos de lejos, pero adentro del boliche nos animamos a hablarle. Un gordo nabo que atajaba en Sportman se metió en la charla justo cuando Montenegro decía que estaba jugando en Estudiantes. “Claro, Estudiantes de la Plata”, dijo con la seguridad de los boludos. El Loco se la dejó pasar y siguió hablando.
Volvió varias veces a Choele. En una de ellas fue la estrella de la barra de Krakatoa.
El “Gigante” González podrá decir que estuvo con él en el draft del ’88, otros que armaron jugadas inolvidables, Paco Festa que se pelearon en un Independiente de General Pico-Boca, yo puedo decir que me preparó un Gancia batido.
No lo volví a ver más nunca más.
Hace un par de años mis viejos se fueron a vivir a El Chocón.
Tiempo después me enteré que Hernán Montenegro terminó comprando la casa a la que yo iba en los veranos y algunos fines de semana al año.
Loco, si aparece por ahí Morris, el perro de mis viejos, chiflame.
jueves, 5 de febrero de 2009
El otro día…
… fui a la cancha. Cuando salí, a media cuadra vi a un tipo que era igual al escritor mexicano Carlos Fuentes. Tenía una de esas bombachas Ombú, camiseta blanca y chancletas. Se estaba tomando unos mates en la vereda, en una silla de mimbre. Se veía muy poco aristocrático, pero parecía muy noble.
… no el mismo domingo, sino otro, también fui a la cancha. Estaba en la platea y escuché que uno de los hinchas hablaba con otro sobre el calor y le decía que los de la popular se debían estar cocinando. La respuesta fue “no te hagas drama, estos negros están acostumbrados a cagarse de calor”. Al final, en la cancha también es más importante la pertenencia de clase que los colores.
… estaba haciendo la cola en el supermercado. Adelante mío había una adolescente. Ojotas blancas, chupín violeta y remerita con la espalda descubierta. Descubierta es un decir, la protegía un tatuaje de San la Muerte de unos quince centímetros. Un esqueleto con su guadaña mirándome desde la piel de una adolescente brasileña. Ojalá esa piba fuera la reina de alguna tribu de pendejos.
… no el mismo domingo, sino otro, también fui a la cancha. Estaba en la platea y escuché que uno de los hinchas hablaba con otro sobre el calor y le decía que los de la popular se debían estar cocinando. La respuesta fue “no te hagas drama, estos negros están acostumbrados a cagarse de calor”. Al final, en la cancha también es más importante la pertenencia de clase que los colores.
… estaba haciendo la cola en el supermercado. Adelante mío había una adolescente. Ojotas blancas, chupín violeta y remerita con la espalda descubierta. Descubierta es un decir, la protegía un tatuaje de San la Muerte de unos quince centímetros. Un esqueleto con su guadaña mirándome desde la piel de una adolescente brasileña. Ojalá esa piba fuera la reina de alguna tribu de pendejos.
miércoles, 8 de octubre de 2008
La contadora de muertos
El otro día me enteré que mi novia era una contadora de muertos.
No es que cubra en la sección Deportes la actualidad de River o de Boca, tampoco que haya cambiado el periodismo por una pasantía en la morgue más cercana, ni siquiera es que se haya convertido en una asesina serial sin mi consentimiento.
En realidad, entre las múltiples cosas que tiene que hacer en la página web del diario en el que trabaja, le toca actualizar la lista de muertos en accidentes de tránsito.
Resultó que lo hacía desde hace bastante tiempo, de hecho, el contador de muertos en Río Negro y Neuquén ya marca 110 cadáveres (entre víctimas y victimarios), pero yo no lo sabía.
Me agarró una súbita alegría al enterarme. Orgulloso y emocionado, la abracé antes de que saliera para el trabajo como si en eso se me fuera la vida.
La sonrisa me duró un buen rato, aunque no estoy seguro a qué se debió esa repentina felicidad.
Tal vez a que sentí que de alguna manera, al ser la encargada de numerar la muerte, de esa forma podría llegar a controlarla. Podría ella apretar el freno (que otros no pisaron) cuando quisiera.
O al menos estaría en condiciones de mutar la tragedia en guarismo, el sufrimiento en estadística, podría someter el dolor a la frialdad del índice, transformar la sangre en tinta roja.
Ya pasaron varios días desde la revelación.
Mi novia sigue siendo la contadora de muertos, pero a mí ya no me alegra tanto.
Mientras ella sigue llevando la contabilidad de los finales repetidos, la vida (y la muerte) se desentienden de los números. La tragedia no sabe de las manipulaciones de la estadística, el sufrimiento se derrama y lastima como los barcos petroleros cuando sangran y el dolor se caga en los promedios y es un mundo.
111.
No es que cubra en la sección Deportes la actualidad de River o de Boca, tampoco que haya cambiado el periodismo por una pasantía en la morgue más cercana, ni siquiera es que se haya convertido en una asesina serial sin mi consentimiento.
En realidad, entre las múltiples cosas que tiene que hacer en la página web del diario en el que trabaja, le toca actualizar la lista de muertos en accidentes de tránsito.
Resultó que lo hacía desde hace bastante tiempo, de hecho, el contador de muertos en Río Negro y Neuquén ya marca 110 cadáveres (entre víctimas y victimarios), pero yo no lo sabía.
Me agarró una súbita alegría al enterarme. Orgulloso y emocionado, la abracé antes de que saliera para el trabajo como si en eso se me fuera la vida.
La sonrisa me duró un buen rato, aunque no estoy seguro a qué se debió esa repentina felicidad.
Tal vez a que sentí que de alguna manera, al ser la encargada de numerar la muerte, de esa forma podría llegar a controlarla. Podría ella apretar el freno (que otros no pisaron) cuando quisiera.
O al menos estaría en condiciones de mutar la tragedia en guarismo, el sufrimiento en estadística, podría someter el dolor a la frialdad del índice, transformar la sangre en tinta roja.
Ya pasaron varios días desde la revelación.
Mi novia sigue siendo la contadora de muertos, pero a mí ya no me alegra tanto.
Mientras ella sigue llevando la contabilidad de los finales repetidos, la vida (y la muerte) se desentienden de los números. La tragedia no sabe de las manipulaciones de la estadística, el sufrimiento se derrama y lastima como los barcos petroleros cuando sangran y el dolor se caga en los promedios y es un mundo.
111.
viernes, 19 de septiembre de 2008
Salieron de la pantalla
De vacaciones en Buenos Aires, caminaba por Belgrano a la hora de la siesta cuando me crucé con Dady Brieva andando en bicicleta. Es misma noche, a la salida del recital de María Rita caminaba por el lugar el “mañanas informales” Osvaldo Bazán. Pero lo que más me sorprendió fue ver al “Bambino” Veira… en la librería “El Ateneo” de Santa Fe al 1800.
Parecía un cónclave de viejos putañeros en el lugar equivocado. Frente a mí mesa estaban el “Bambino” mirando a ver si lo miraban, un petiso que en sus años mozos debía haber sido puntero derecho, uno más que tenía pinta de cinco rudo y otro que daba bien en una reunión de AA, en el encuentro anual de la Asociación del Rifle o como colectivero del 152… debe haber sido uno de esos volantes de marca que hacen el trabajo de los otros y nadie recuerda.
Parecía un cónclave de viejos putañeros en el lugar equivocado. Frente a mí mesa estaban el “Bambino” mirando a ver si lo miraban, un petiso que en sus años mozos debía haber sido puntero derecho, uno más que tenía pinta de cinco rudo y otro que daba bien en una reunión de AA, en el encuentro anual de la Asociación del Rifle o como colectivero del 152… debe haber sido uno de esos volantes de marca que hacen el trabajo de los otros y nadie recuerda.
jueves, 10 de julio de 2008
El otro día…
… en una protesta piquetera, una de las manifestantes buscó una metáfora para expresar que quedaban entre dos posiciones que no habían elegido, entonces largó: “Lo que pasa es que al final nosotros somos el jamón del medio”. Alto nivel piquetero/gastronómico.
… me di cuenta que Los Visconti fueron los creadores del folklore remixado: “Eran se, eran se, eran se, sesenta paisa, nos. Los bravó, los bravó, los bravos gra, na, de, ros”. En cualquier momento los agarra Santaolalla y crea “El Visconti Folklore Club”.
… pasando por la esquina más céntrica de la ciudad entendí lo que es la globalización: Un grupo de ecuatorianos tocando un tema de… ¡ABBA! con quenas y sicus en la Patagonia.
… me di cuenta que Los Visconti fueron los creadores del folklore remixado: “Eran se, eran se, eran se, sesenta paisa, nos. Los bravó, los bravó, los bravos gra, na, de, ros”. En cualquier momento los agarra Santaolalla y crea “El Visconti Folklore Club”.
… pasando por la esquina más céntrica de la ciudad entendí lo que es la globalización: Un grupo de ecuatorianos tocando un tema de… ¡ABBA! con quenas y sicus en la Patagonia.
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