El verdadero problema de Ushuaia es la belleza. Las montañas nevadas, el bosque frío que rodea la existencia, el canal de Beagle salpicado de barcos, los techos de colores de las casas de chapa. Si yo fuese conejo me estaría reproduciendo. Si fuera castor levantaría diques en el río Pipo. Si fuera un albañil boliviano usurparía tierras para quedarme por más tiempo. Si fuera un turista escandinavo buscaría una prostituta hondureña para pedirle calor, para mostrarle las fotos de mi aventura a la Antártida. Si fuera una puta centroamericana cobraría en euros, y bajaría todos los días al muelle a despedir a mis clientes con un pañuelo blanco, y nunca me detendría al volver a mi casa para ver un oscuro monumento. Adiós Erik, adiós.
De Eliezer Budasoff en "Los Trabajos Prácticos".
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jueves, 22 de octubre de 2009
jueves, 5 de junio de 2008
viernes, 23 de mayo de 2008
¡Digan bondiii!
A diferencia de lo que le pasa a mucha gente (y pese a que a veces el servicio puede ser una garcha, Flecha Bus hijo de mil putas), a mí me gusta viajar en colectivo. Si da el billete elijo coche-cama, unidades que están en las antípodas de algunas de las medievales máquinas de la tentación de bajar, a las que estamos acostumbrados en la zona del Alto Valle rionegrino.
Me gusta más andar en ómnibus que en auto, en los que siempre imagino muertes entre hierros retorcidos, sangre y aceite. No es que en los bondis no se me aparezcan, pero confío en su tamaño y en que, en caso de salvarme, me quedará el consuelo de ganarle un juicio a la empresa que me permita seguir comprando boletos durante años.
Otra de las cosas que me gusta de esos viajes es ir al baño a mirar el paisaje desde su ventanilla. Pequeño rectángulo (a veces de vértices redondeados) que regala imágenes difíciles de encontrar desde otro ámbito.
En el último viaje que hice hubo molinos, campos de mil verdes, sierras lejanas, patria sojera y hasta un par de caballos tobianos (citadinos busquen la definición en la RAG: Real Academia Gauchesca).
En más de una ocasión, después de maldecir por las fotos que no saqué en viajes que no se repetirán, me prometí que la próxima vez iba a bajar con la cámara para apoderarme de esos rectángulos mágicos.
Pero hasta ahora no me animé. Me inmoviliza imaginarme lo que pensarán los demás pasajeros al verme entrar a ese cubículo, generalmente apestoso, con una cámara de fotos en la mano y salir minutos después con cara de satisfacción.
Sería demasiado.
En caso de que alguna vez temple mi personalidad lo suficiente como para hacerlo, podrán ver esas fotos en la que será la primera muestra de paisajes captados desde los baños de los colectivos.
Lo que aún no decidí es si ponerle “Ocupado, estampas sanitarias” o “Imágenes robadas desde el baño de un bondi”.
Me gusta más andar en ómnibus que en auto, en los que siempre imagino muertes entre hierros retorcidos, sangre y aceite. No es que en los bondis no se me aparezcan, pero confío en su tamaño y en que, en caso de salvarme, me quedará el consuelo de ganarle un juicio a la empresa que me permita seguir comprando boletos durante años.
Otra de las cosas que me gusta de esos viajes es ir al baño a mirar el paisaje desde su ventanilla. Pequeño rectángulo (a veces de vértices redondeados) que regala imágenes difíciles de encontrar desde otro ámbito.
En el último viaje que hice hubo molinos, campos de mil verdes, sierras lejanas, patria sojera y hasta un par de caballos tobianos (citadinos busquen la definición en la RAG: Real Academia Gauchesca).
En más de una ocasión, después de maldecir por las fotos que no saqué en viajes que no se repetirán, me prometí que la próxima vez iba a bajar con la cámara para apoderarme de esos rectángulos mágicos.
Pero hasta ahora no me animé. Me inmoviliza imaginarme lo que pensarán los demás pasajeros al verme entrar a ese cubículo, generalmente apestoso, con una cámara de fotos en la mano y salir minutos después con cara de satisfacción.
Sería demasiado.
En caso de que alguna vez temple mi personalidad lo suficiente como para hacerlo, podrán ver esas fotos en la que será la primera muestra de paisajes captados desde los baños de los colectivos.
Lo que aún no decidí es si ponerle “Ocupado, estampas sanitarias” o “Imágenes robadas desde el baño de un bondi”.
martes, 29 de abril de 2008
Me voy bien a la mierda

Le hago caso a Peach y arranco.
No es por andar ostentando, pero con mi novia nos vamos dos semanas de vacaciones.
Cuando vuelva prometo estar más salvaje que nunca (¡?)
Chau, felicidades.
jueves, 24 de abril de 2008
Un mal viaje
Si el viajar es un placer… ¿por qué no les avisan a las empresas de transporte?
Todo comienza cuando hay 46 asientos y justo el que no se reclina es el tuyo. Vos tratás de calmarte y no darle bola.
Parece que la suerte cambia cuando por el pasillo/pasarela una belleza parece desfilar hacia vos. De pronto gira para el otro lado del pasillo y le dice a un mastodonte de 1,90 y 133 kilos “me parece que ese es mi asiento” y lo manda a que te comprima contra la ventanilla.
La película a todo volumen -que parece elegida por tu abuela- termina y cuando estás por suspirar arranca la música.
Aquel que haya viajado alguna vez en colectivo sabe del refinado gusto musical de los choferes. Entre los más grandes va de los Pimpinela a José Vélez pasando por Dyango, mientras que los más jóvenes disfrutan de aputasadores del folklore como Los Nocheros y Luciano Pereyra.
A falta de un trago para calmarte, buena es una infusión. En el bamboleo te das la cabeza contra el televisor, pero alcanzás a llegar al eufemístico bar. Con algo de suerte volvés zarandeado por el pasillo y te sentás a gozar de ese café hirviente, cochinamente dulce, asquerosamente adictivo.
De almuerzo te traen un sánguche marchito con mayonesa de dudosa procedencia y una gelatina que tiembla más que vos la primera vez que fuiste preso.
Encima la chica de atrás se descuida por un segundo, la mamadera cae al suelo y la leche caliente se empieza a escurrir por las ranuras del piso de un extremo al otro de colectivo.
Reprimís las ganas de vomitar cuando escuchás que llegaron a destino. Bajás medio descompuesto y te topás con el auxiliar de a bordo (que en su vida auxilió a alguien), quien, con una sonrisa más falsa que político en campaña, te dice “espero que haya disfrutado el viaje”.
Todo comienza cuando hay 46 asientos y justo el que no se reclina es el tuyo. Vos tratás de calmarte y no darle bola.
Parece que la suerte cambia cuando por el pasillo/pasarela una belleza parece desfilar hacia vos. De pronto gira para el otro lado del pasillo y le dice a un mastodonte de 1,90 y 133 kilos “me parece que ese es mi asiento” y lo manda a que te comprima contra la ventanilla.
La película a todo volumen -que parece elegida por tu abuela- termina y cuando estás por suspirar arranca la música.
Aquel que haya viajado alguna vez en colectivo sabe del refinado gusto musical de los choferes. Entre los más grandes va de los Pimpinela a José Vélez pasando por Dyango, mientras que los más jóvenes disfrutan de aputasadores del folklore como Los Nocheros y Luciano Pereyra.
A falta de un trago para calmarte, buena es una infusión. En el bamboleo te das la cabeza contra el televisor, pero alcanzás a llegar al eufemístico bar. Con algo de suerte volvés zarandeado por el pasillo y te sentás a gozar de ese café hirviente, cochinamente dulce, asquerosamente adictivo.
De almuerzo te traen un sánguche marchito con mayonesa de dudosa procedencia y una gelatina que tiembla más que vos la primera vez que fuiste preso.
Encima la chica de atrás se descuida por un segundo, la mamadera cae al suelo y la leche caliente se empieza a escurrir por las ranuras del piso de un extremo al otro de colectivo.
Reprimís las ganas de vomitar cuando escuchás que llegaron a destino. Bajás medio descompuesto y te topás con el auxiliar de a bordo (que en su vida auxilió a alguien), quien, con una sonrisa más falsa que político en campaña, te dice “espero que haya disfrutado el viaje”.
jueves, 21 de febrero de 2008
Malditos trenes

La película es “3:10 to Yuma”. El ¿bueno?: Christian Bale; el ¿malo?: Russell Crowe.
Resulta que CB tiene un campo y le va para atrás, para sacar unos manguetes tiene que llevar a RC (peligroso ladrón) a tomar un tren que lo traslade a una ciudad como la gente en la que lo juzguen y lo cuelguen.
Sobrevive a mil ataques, hasta un pueblo entero le dispara, pero el sufrido CB aguanta y llega hasta la caseta de la Estación de Trenes.
Advierte (en medio de los tiros) que son las 3:15 y le pregunta al encargado del lugar “dónde está el tren de las 3:10”. El tipo le dice que viene con retraso. “¿A qué hora llega?”, insiste el hombre-murciélago. “Llega cuando llega”, responde el servicial trabajador.
Recién entonces interviene Gladiador RC y dispara: “Malditos trenes, nunca puedes confiar en ellos”.
Nos miramos con Walter antes de largar las carcajadas. Estamos viendo la película en el vagón-cine del Tren Patagónico que une Viedma con Bariloche.
La formación salió con 8 horas de retraso, hizo 2 kilómetros y paró (la primera de varias detenciones) dos horas. En lugar de tardar 16 horas llegamos en 27. El regreso fue más corto, apenas 24 horas.
Volviendo a la frase de RC, ¿nadie ve las películas que pasan en el tren? Es como poner “Whisky Romeo Zulú” en un viaje en avión.
Resulta que CB tiene un campo y le va para atrás, para sacar unos manguetes tiene que llevar a RC (peligroso ladrón) a tomar un tren que lo traslade a una ciudad como la gente en la que lo juzguen y lo cuelguen.
Sobrevive a mil ataques, hasta un pueblo entero le dispara, pero el sufrido CB aguanta y llega hasta la caseta de la Estación de Trenes.
Advierte (en medio de los tiros) que son las 3:15 y le pregunta al encargado del lugar “dónde está el tren de las 3:10”. El tipo le dice que viene con retraso. “¿A qué hora llega?”, insiste el hombre-murciélago. “Llega cuando llega”, responde el servicial trabajador.
Recién entonces interviene Gladiador RC y dispara: “Malditos trenes, nunca puedes confiar en ellos”.
Nos miramos con Walter antes de largar las carcajadas. Estamos viendo la película en el vagón-cine del Tren Patagónico que une Viedma con Bariloche.
La formación salió con 8 horas de retraso, hizo 2 kilómetros y paró (la primera de varias detenciones) dos horas. En lugar de tardar 16 horas llegamos en 27. El regreso fue más corto, apenas 24 horas.
Volviendo a la frase de RC, ¿nadie ve las películas que pasan en el tren? Es como poner “Whisky Romeo Zulú” en un viaje en avión.
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