sábado, 24 de octubre de 2009

Julieta, insomnio y Soriano


Julieta nació el martes 13.
Una de las primeras noches que con Ale compartimos solos con nuestra hija, sus llantos nos despertaron a las 2 de la madrugada. Se extendieron por más tiempo del que un padre primerizo puede soportar sin ponerse nervioso al no saber qué hacer.
Ale trataba de calmarla y yo caminaba desconcertado. Ordené, barrí, busqué la ropa que me pondría al otro día después de bañarme para ir a la radio, hasta que sobre el equipo de música encontré un libro.
Con Juli más calmada, tratando de lograr que hiciera su provechito, mientras Ale buscaba adentrarse en sus sueños, me acomodé en el sillón y abrí “La hora sin sombra”, de Osvaldo Soriano.

“Hace tempo que no puedo pensar con claridad. Algo me zumba en la cabeza como un moscardón encerrado y me confunde la memoria. Me llevó un buen rato entender lo que la enfermera me decía por teléfono. Mi padre se había escapado del hospital vestido con la ropa de un roquero al que habían internado por caerse del escenario. El médico de guardia dio aviso a la policía, pero no habían vuelto a tener noticias de él. ¿Adonde quería llegar? ¿De dónde sacaba fuerzas si se estaba muriendo?
Me encerré en la pieza del hotel y no pude dormir en toda la noche atormentado por el zumbido en el oído. Lo imagine pidiendo monedas en el colectivo, como en los tiempos en que volvió del exilio y no conseguía trabajo. A veces le daba plata para que pudiera comer, pero se la gastaba en cigarrillos y en los desarmaderos de la calle Warnes buscando piezas para armar un viejo Torino que había encontrado tirado en un baldío. Siempre metía los pies donde no debía: al darse cuenta de que su esplendor era cosa del pasado empezó a frecuentar mujeres viejas que lo mantenían un tiempo y después lo echaban a la calle.
Hace un mes vino a decirme que el coche estaba listo, que podíamos salir a la ruta, yo a escribir mi novela y él a retomar sus conferencias sobre historia en los pueblos de provincia. Pero ya estaba enfermo. Tenía dolores en la barriga, cagaderas y apenas se podía sentar. Lo acompañé al hospital y al salir de la consulta el médico me hizo un gesto como diciendo “está listo”. No sé si él se dio cuenta. Llovía a cántaros y mientras corríamos hacia la parada del colectivo recordé el lejano día en que se apareció en casa de mi madre con un Buick flamante que se había ganado en la ruleta. En esa época yo soñaba con escribir relatos de viajes a la manera de Jack London y Ambrose Bierce y empecé a acompañarlos en sus giras por las provincias como representante de las películas de la Paramount. Ése fue el verdadero fin de mi niñez y era tan dichoso que me hubiera resultado imposible imaginarlo como me dicen que está ahora, recién operado de un cáncer, huyendo con las tripas al aire”.

Comienzo de “La hora sin sombra”, de Osvaldo Soriano. Edición de Seix Barral, con prólogo de Tomás Eloy Martínez.

jueves, 22 de octubre de 2009

Las plagas del fin del mundo

El verdadero problema de Ushuaia es la belleza. Las montañas nevadas, el bosque frío que rodea la existencia, el canal de Beagle salpicado de barcos, los techos de colores de las casas de chapa. Si yo fuese conejo me estaría reproduciendo. Si fuera castor levantaría diques en el río Pipo. Si fuera un albañil boliviano usurparía tierras para quedarme por más tiempo. Si fuera un turista escandinavo buscaría una prostituta hondureña para pedirle calor, para mostrarle las fotos de mi aventura a la Antártida. Si fuera una puta centroamericana cobraría en euros, y bajaría todos los días al muelle a despedir a mis clientes con un pañuelo blanco, y nunca me detendría al volver a mi casa para ver un oscuro monumento. Adiós Erik, adiós.
De Eliezer Budasoff en "Los Trabajos Prácticos".

martes, 20 de octubre de 2009

A la cabeza, nene

“En el periodismo no existen víctimas, sólo personas obsesionadas con pisarle la cabeza al de al lado”.

El conde de la calumnia

viernes, 9 de octubre de 2009

Mensaje del Grupo Barcelona

Es imperioso defender la libertad de expresión para la ciudadanía, pues la misma es esencial para aquella.
Usted conoce BARCELONA. Somos una revista que privilegia la información y que apuesta al desarrollo integral de la Argentina. Como esto no se puede lograr sin un poco de mosca, nos fuimos acercando a los diferentes gobiernos. Siempre con prudencia. Y con un límite muy preciso: la imparcialidad. Con los años, BARCELONA se convirtió en una de las publicaciones líderes de habla hispana. Para cualquier país, este crecimiento suele ser un exponente del emprendimiento privado, un motivo de orgullo nacional. Pero acá te cagan a palos.
No es inusual que los gobiernos se molesten con los medios. Lo que sí resulta inaudito es que se haya puesto todo el aparato estatal para amedrentar. Esta campaña direccionada a BARCELONA revela un objetivo muy claro: desacreditar a los medios de comunicación como contrapeso en la democracia.
A este Gobierno del orto, que nos quiere sacar todo para dárselo al capital foráneo, le advertimos que tenemos montones de carpetas con fotos y documentos sobre venta de terrenos fiscales a precio vil, saqueo de riquezas mineras y petroleras, concesiones a casinos, orgías con travestis y tráfico de cocaína. Un jugoso material periodístico que no dudaremos en usar. Barcelona no es un monopolio. Sin embargo, no le tenemos miedo al poder: el falso montonero y la conchuda pueden irse a la puta que los parió.

Grupo Barcelona

lunes, 5 de octubre de 2009

M.

M. vive de escribir. Para vivir de escribir primero tuvo que leer, por lo que podría decirse que vive de leer, aunque cada vez lee menos.
Porque ahora habla. Se supone que vive de hablar, aunque no es así.
Se aplica en él, en forma invertida, esa frase que se ha vuelto simplona, esa frase según la cual Dios nos dio dos oídos y una sola boca para escuchar el doble de lo que hablamos.
A veces hay que ser voz.
O tal vez no, quién sabe.
De cualquier forma, no importa demasiado.
Cuando decía que M. vive de escribir, tampoco es que lo que escriba alguna vez vaya a ser citado. No es eso.
Claro que también debo decir que no es que su vida sea una galería de privilegios por el hecho de “vivir de escribir”.
M. ha escrito en distintos lugares, soportes, tiempos, situaciones.
Algunas cosas que escribió lo hacen sentir orgulloso, pero no puede alardear de ello, aunque no por modestia; otros textos si puede exhibirlos con falsa modestia y hay muchos que francamente prefiere olvidarlos.
Pero lo que más me llama la atención de M. es que en su trabajo como periodista escribe para un diario que no existe.
Sí, en serio, un diario que no se imprime, que no tiene página web, que no se manda por mail.
No es que sea el diario de Irigoyen, nada que ver. Mucho menos que eso.
Por definición un diario está estrechamente relacionado con la actualidad. Un diario se hace para desecharlo por otro diario con fecha de vencimiento igualmente inmediata.
Por eso M. manda notas todos los días (bah, casi todos).
Manda notas a ese diario que no existe.
Manda cinco notas, algo más de mil palabras.
Manda notas con la certeza y con la impunidad de que no serán publicadas.
Manda notas que nadie leerá, pero pese a ello se empecina en que no tengan errores de ortografía.
Manda notas y lamenta que la ausencia física del diario le impida mejorar su economía.
Es que una cosa es escribir para un diario que no existe, para lo cual le pagan un sueldo, y otra muy distinta conseguir que te den un aumento.
M. manda notas y no pregunta por su publicación. Sólo inquiere por los pagos a fin de mes.
M. hace como que no sabe que el diario no se publica, hace como que eso no importa, supone que apenas es un detalle y sigue mandando notas.