Es el 2 de marzo de 1982, tenemos el cuerpo de un escritor sobre la mesa de la morgue, el cuerpo de un escritor de ciencia-ficción, el cuerpo de Philip K. Dick, al que someteremos a una autopsia para saber de qué diablos está compuesto.
Al abrirlo encontramos lo siguiente: genialidad, esquizofrenia, anfetaminas, manías persecutorias, humor, matrimonios fallidos, tentativas de suicidio, amnesias, mescalina, hijos, obsesiones, pancreatitis, empacho de teología y filosofía, litros de alcohol y dosis de LSD, muchos litros, muchas dosis.
Philip K. Dick nació en forma prematura el 16 de diciembre de 1928, Su hermana gemela, Jane, sólo sobrevivió unas semanas, pero su presencia acompañó al escritor a lo largo de toda su vida. Su padre lo dejó a los cuatro años, vivió con su madre hasta los 18 años, edad a la que ya escribía y publicaba ciencia-ficción. A los 20 años se casó, aunque no tardó en divorciarse y a los 23, después de vender varios relatos a las más importantes revistas de ciencia-ficción de la época, Philip Dick tomó la decisión de dedicarse al oficio de escritor a tiempo completo. “Es que el sabor de la comida para perros era demasiado dulce”, decía. No es extraño que el primer cuento que le hayan publicado fuera “Roog”, protagonizado por un perro que cree que los recolectores de basura son extraterrestres.
Con el correr del tiempo, Philip Dick empieza a ser una firma frecuente en las revistas de ciencia-ficción, los cuentos le salen fácil y le permiten sobrevivir, pero él quiere escribir novelas realistas. Nadie le presta atención. Después de varias novelas de ciencia-ficción, en 1962, con su libro “El hombre en el castillo” recibe el Premio Hugo, uno de los más prestigiosos del género. Entre 1963 y 1964, retirado en una cabaña alquilada al sheriff local para alejarse de sus conflictos domésticos, escribe once novelas, algunas de ellas consideradas entre sus mejores trabajos. Mientras tanto se sigue casando y divorciando, hasta contabilizar cinco idas y vueltas en toda su vida.
En la obra de Philip Dick se mezclan mundos psíquicos o paralelos, androides, insatisfacción, deidades malévolas, humor, reflexiones sobre la dimensión humana los seres extraterrestres absurdos, antihéroes, la angustia de saber que al final todo saldrá mal, estados policiales, medios de comunicación al servicio del poder, experiencias oníricas. Philip Dick podía escribir hasta 90 páginas diarias, con los auriculares cargados de música clásica y consumiendo sin tregua café y anfetaminas. Terminaba los libros y se sumía en una convalecencia de 10 a 15 días. Las oleadas de creatividad y de indolencia, abotargamiento y de lucidez componen el dibujo psíquico y laboral de casi toda su existencia.
Dos personas fueron fundamentales para Dick y su inspiración literaria, ambas representantes simbólicas del ambiente intelectual, la revolución sexual, la antipsiquiatría o la psicodelia en la California hippie de los sesenta. Uno de ellos fue Timothy Leary, el gurú de las drogas psicodélicas, el otro el ex obispo de California, Monseñor Pike, quien fue expulsado de la Iglesia en 1966 por hereje.
Philip Dick fue un tipo desmedido. Cuando se inspiró escribió once novelas en dos años. Cuando se cansó pasó varias temporadas sin producir. Cuando se intoxicó lo hizo con todas las drogas. Cuando se quiso suicidar ingirió por 49 tabletas de Digital, 30 cápsulas de Librium, se hizo dos tajos en las muñecas y respiró monóxido de carbono. Aún así no pudo terminar con sí mismo. Entonces, como él mismo cuenta, desapareció entre muchachas que no sabían que era escritor y hombres que tienen la cabeza tan quemada que no sabes cómo sobreviven.
A mediados de los 70, Dick sufrió varias experiencias religiosas que bastaron para ocuparle intelectual y espiritualmente. Durante varios años se dedicó a elaborar explicaciones e interpretaciones de estas experiencias, que influyeron en sus novelas posteriores. En 1975 se publicó su primera novela “real”: Confesiones de un artista de mierda (1975). El dice que una entidad extraterrestre con forma de rayo rosa le reveló La Verdad.
Los que se metieron en los laberintos de la obra de Philip Dick ven en el escritor a un hombre perseguido por su propia pesadilla que le dice que la realidad es sólo un montaje destinado a engañarlo. A un genio que escribió ciencia-ficción con el material de sus siempre rechazadas novelas reales. A un pesimista ilusionado. A un consumidor de drogas paranoico. A un humanista. Todo eso, lo que fuere, se perdió el 2 de marzo de 1982, el día que Philip K. Dick murió de un ataque cardíaco mientras respiraba aire fresco en la entrada de su casa.
Para los que necesitan un número redondo que justifique lo que leen, el 16 de diciembre se cumplieron 80 años de su nacimiento.
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