No estoy muy seguro del año, supongo que fue en el 2000 o en el 2001, un amigo que lee mucho y bien, el Colo, llegó a casa con un pliego de diario algo ajado por el viaje en su mochila.
Estaba tan entusiasmado con lo que había leído, que antes de pasármelo, me empezó a contar de qué iba la historia.
Me habló de un pibe al que le decían “Frente”, el “Frente” Vital, a quién hasta ese momento jamás había oído mencionar.
Un pibe que había sido fusilado por un policía cuando ya se había entregado, un guacho al que se encomendaban los chorros del barrio antes de dar un atraco, el santo al que le rezaban esos desangelados capaces de robarse un ventiluz, al que oraban entre porros y birras, para que todo saliera bien o al menos para que desviara las balas policiales.
El “Frente” Vital, el que se robó un camión de reparto de lácteos, y cual Pancho Ibáñez monoblokero, impulsó el consumo de yogurt y de leche cultivada, aunque sea por un día entre la gente del barrio.
A este periodista hay que leerlo, me dijo mi amigo cuando me dio ese pliego del Página 12. Y de ahí en más empezamos a leer todo aquello que llevara la firma de Cristian Alarcón.
Una de las cosas que yo creo que se destacan en Cristian Alarcón es que sabe encontrar el lugar en el cual ubicarse a la hora de narrar las historias, historias de las que es parte, porque no parece ser un periodista aséptico. Aunque no lo quiera, Alarcón se vuelve parte del relato. Es indispensable para narrar como lo hace. Claro que sin por ello desplazar a los verdaderos actores, sin ocupar el centro. Apelando a la primera persona, pero sin sucumbir a la tentación yoica.
Tal es su presencia a la hora de construir historias que lo vemos, lo leemos, tratando de escapar -sin éxito- del compromiso de apadrinar al hijo de una vendedora de cocaína, ser parte de un rito umbanda o acompañar a una mujer al hospital donde su hijo agoniza.
Alarcón pone su cuerpo en juego, pero, repito, se aleja del centro para observar mejor y poder contar lo que ve, lo que aprende, lo que escucha, sin absorber el protagonismo de las historias que da a conocer, pese a ser él quien elige el tono y las voces del relato.
Ni estrella mediática que viene a contarnos cómo lo atraviesan esas duras historias con las luces apuntándole, ni turista de los bordes que se regodea desde el itinerario falso representado para la ocasión, del simulacro de la marginalidad televisada.
Por suerte, no es un Facundo Pastor corriendo sin aliento al dealer de turno, mientras le grita que está vendiendo merca mal cortada.
Por fortuna para el periodismo, no elige mostrar historias marginales con el fin de que se regodee la clase media, cómodamente indignada.
Cristian Alarcón describe con pulso trepidante en “Cuando me muera quiero que me toquen cumbia” y en “Si me querés, quereme transa” mundos que están ahí a la vuelta, pero a los que es muy difícil entrar de manera honesta, para contar desde sus entrañas los hechos, las historias que componen ambos libros.
Y logra hacerlo sin caer en la estetización de la marginalidad, en la denuncia policial, en el prejuicio burgués o en la celebración progre de ciertas banderas cuyo agite no pasa del discurso mediático.
Deberían, los que no lo hicieron, leer “Si me querés, quereme transa”. La reconstrucción de la muerte de los Valdivia, ya lo vale. Parece una escena filmada con varias cámaras por el coro de voces que la relatan. O el descubrimiento de personajes como Olray, un ex Susano adicto al paco. La reconstrucción de ciertos escenarios, con sus músicas, sus aromas, sus costumbres. Ese instinto de supervivencia que también aparece en “Cuando me muera quiero que me toquen cumbia”, pero acá para insertarse dentro del engranaje económico de una manera mucho más sistemática. Y la traición marcando el ritmo de la historia.
“Cuando me muera quiero que me toquen cumbia” y “Si me querés, quereme transa” se leen como novelas por la prosa atractiva, por el ritmo impuesto, por la construcción de sus personajes, pero sobre todo porque tal vez tenga razón el periodista Jorge Fernández Díaz, quien en una nota sobre el libro que nos convoca, escribió que “cualquier vida es una novela”.
Puede ser cierto, pero para que eso ocurra, hace falta una mirada, la mirada de un cronista como Cristian Alarcón.
Esto es lo que compartí hace un rato con las personas que asistieron a la presentación de "Si me querés, quereme transa", antes de que hablara Cristian Alarcón.
4 comentarios:
Muy bueno Mario. Ya te lo dije, pero esta bueno escribirlo también.
Que bueno escucharte, con la humildad de los grandes.(clauk)
Yo lei por cuando me muera quiero que me toquen cumbia, del mismo autor, ahora acabo de terminar con si me queres... y la verdad en este caso no se me genera ninguna simpatia por los protagonistas como me paso con el frente vital, todo lo contrario.. lo unico que me causo fue: por que corno toda esa escoria no se queda en sus paises? No soy un facho ni nada de eso. Pero no pude evitar sentir ese desdén.
Peach: gracias.
Claudia: pensé que el remate no era con la firma sino con un "cuak" burlón.
Anónimo: El Frente, aun con algunas de las maldades que les hacía a sus amigos, es un personaje muy querible. Es el que cayó bajo balas policiales siendo en más bueno de los que estaban del otro lado de la ley.
En este libro me pasó como a vos, no me generaron simpatía los personajes, pero tampoco desdén.
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