Una de las anécdotas más conocida de Balestri ocurrió a su regreso a Nueva York. Balestri caminaba un día por la playa, e invierno cuan do un estudiante lo reconoció. Su padre, un empresario de la industria textil, le había pedido que le construyera una casa, pero el estudiante no estaba en condiciones de emprender todavía un trabajo semejante. La casa estaría emplazada en el bosque. El estudiante le pidió a Balestri que le djera cuál era su presupuesto. Balestri dijo que lo pensaría y lo citó para el día siguiente en el mismo lugar.
Cuando el estudiante llegó, Balestri estaba concentrado en trazar con una ramita en la arena un complejo plano de la futura casa. Aunque algunos signos estaban un poco confusos debido a la dificultad de que presentaba la arena, no faltaban los detalles de un plano habitual. A pesar de su corta experiencia, el estudiante se dio cuenta de que aquel dibujo en la arena representaba una obra extraordinaria. El estudiante hubiera pasado horas contemplando aquel plano, pero ya el mar se acercaba peligrosamente al dibujo, y pronto lo borraría por completo.
Balestri le propuso al estudiante lo siguiente: si era capaz de entender y memorizar el plano antes de que las olas lo barrieran, el proyecto era suyo sin necesidad de pagarle nada.
El estudiante, que no tenía a mano ni papel ni lápiz, tuvo que comprender y memorizar cada uno de los elementos. Una vez que la marea borró por el dibujo fue corriendo a poner todo lo que había retenido sobre papel. Pudo conservar buena parte de aquellas ideas, y cuando la casa, al año siguiente, se terminó de construir, se convirtió en un sitio de peregrinaje para los estudiantes de arquitectura. Aunque estaba en el medio del bosque, se la conoció desde entonces, sin embargo, como La casa de la arena.
“La sexta lámpara”, Pablo De Santis, pág. 169-170.
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