jueves, 4 de junio de 2009

David Carradine: la fábula del perro y el saltamontes

David Carradine no es un espíritu benéfico o prolijo y cuenta cosas raras y no se arrepiente de nada. Cosas muy raras, como lo que recuerda Carradine en una entrevista para el mensuario Uncut:

“Me acuerdo de una mañana en la que había estado comiendo peyote con los indios. Fue durante una filmación de Kung Fu. Y terminamos pronto y volví a casa y no había nadie allí y, supongo, fue entonces cuando el cactus me pegó de verdad. Así que yo caminaba por las habitaciones, hice varias llamadas telefónicas y, mientras pasaba de cuarto a cuarto, me iba sacando la ropa hasta que quedé desnudo. Y así salí a la calle. Y era un barrio residencial, con esas casas con jardines. Yo entraba y salía desnudo de las casas y apagaba todos los artefactos eléctricos que estaban encendidos. Televisores, radios, heladeras. Y me imagino que debe haber sido raro para mis vecinos: estar almorzando y contemplar cómo, de pronto, entraba Caine desnudo en sus casas y apagaba la licuadora o algo así.
Cuando me cansé de eso, decidí volver a casa atravesando un bosque. Pero, claro, estaba desnudo: no tenía llaves para entrar. Así que seguí hasta la casa de un amigo. No había nadie pero las puertas que daban al jardín estaban abiertas; así que me metí en el living y había un cuadro en un caballete. Me puse a retocarlo un rato. Cuando me aburrí, puse otra vez rumbo a casa. Seguía sin poder entrar, así que rompí una ventana de una pequeña cabaña que había por ahí y me metí adentro y, claro, era una ventanita. Así que me corté todo el cuerpo. Salí de allí y retorné a casa todo ensangrentado y rompí una puerta y entré y me senté a tocar el piano. Lo dejé todo cubierto de sangre. Después me subí a mi Ferrari y, desnudo, me fui a dar una vuelta hasta que me desmayé por la pérdida de sangre.
Así me encontraron. Me llevaron al hospital. Me vino a buscar una amiga y me hospedó en su casa. Esa noche me levanté todavía en órbita y salí a mear al jardín. Desnudo, por supuesto. Estaba en eso cuando apareció el perro de mi amiga y agarró mi sexo con sus dientes y lo metió amorosamente en su boca. Era un perro grande. Y no me mordió. Estuvimos así un largo rato. Después le di un puñetazo en la cabeza. Pero nos hicimos grandes amigos. Y cuando digo grandes amigos quiero decir que fuimos amigos verdaderamente grandes. En serio”.

Extracto del suplemento Radar.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Entonces el hombre murió como le gustó vivir, pequeño saltamontes.
Pordo

Pancho Rodríguez dijo...

yo una vez, me metí a un fiesta familiar, baile con la ¿quincieñera? y de vuelta a mi casa me metí a una heladería donde comí el helado más grande de Salta. Lástima que no encontré un perro, eso que en Salta hay muchos...

Conjuro dijo...

Pancho, tendrías que haber vuelto a la fiesta y tentar a la quinceañera, quién sabe, por ahí se daba.

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