“El rabino Heskel Shpilman es una montaña deforme, un postre gigante en ruinas, una casa de dibujos animados con las ventanas cerradas a cal y canto y el grifo del fregadero abierto. Lo armó torpemente un niño, una banda de niños, huérfanos ciegos que nunca habían visto un hombre en su vida. Pegaron la masa de cocina de sus brazos y piernas a la masa de cocinar de su cuerpo y luego le encajaron la cabeza encima de todo. Con la cantidad de seda y terciopelos negros y finos que se ha empleado para hacer la levita y los pantalones del rabino, le bastaría a un millonario para cubrir todo su Rolls-Royce. Haría falta la fuerza cerebral de los 18 sabios más grandes de la historia para elucubrar los argumentos a favor y en contra de clasificar el gigantesco trasero del rabino bien como una criatura del abismo, como una estructura construida por el hombre o como un acto inevitable de Dios. Da igual que se ponga de pie o que se siente, no hay diferencia en lo que uno ve”.
“El sindicato de policía yiddish”, Michael Chabon. Pág. 146
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