sábado, 18 de abril de 2009

Mosquitos

La humedad, dijo.
La humedad, repetí. Como en Kuala Lumpur. Menos de un año atrás, yo confundía las dos ciudades. Tal vez pasó, le conté, porque leí una historia sobre mosquitos que sucedió aquí, hace algunos años. Un enervante tufo a pescado invadió al país. En las costas, ensanchadas por la sequía, aparecieron millones de dorados, truchas, pejerreyes y bagres en proceso de descomposición, envenenados por los desechos de fábricas que los poderosos amparaban. El gobierno había impuesto una censura de hierro y los diarios no publicaron ni una palabra del suceso, por temor a perder la publicidad oficial o por connivencia con el poder de turno, callaron pese a que los habitantes, a través de los sentidos, confirmaban a toda hora la putrefacción. Como el agua de las canillas tenía un extraño color verdoso y parecía infectada, los que no eran pobres de solemnidad agotaron en los almacenes las provisiones de gaseosas y jugos de frutas envasados. En los hospitales, donde se esperaba una epidemia de un día para otro, se aplicaban a diario miles de vacunas contra la fiebre tifoidea.
Una tarde, entre ciénagas, se alzó una nube de mosquitos que oscureció el cielo. Sucedió de pronto, como si se tratara de una plaga bíblica. La gente se cubrió de ronchas. En las ciudades que tenían costas el tufo del río era intolerable. Algunos apresurados transeúntes que debían hacer transacciones monetarias o trámites urgentes se habían cubierto la cara con máscaras blancas, pero las patrullas policiales los obligaban a quitárselas y a exhibir los documentos de identidad. Por las calles del centro, la gente caminaba con espirales encendidas y, pese a la furia del calor, en algunas esquinas se encendían fogatas para que el humo ahuyentara a los mosquitos. La plaga se retiro tan imprevistamente como había llegado. Sólo entonces los diarios, que antes habían callado, publicaron, en las páginas interiores, informaciones breves que tenían un título común, “Fenómeno inexplicable”.

Fragmento de la novela “El cantor de tangos”, de Tomás Eloy Martínez.

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