Desde hace años me persigue una historia. Una de esas historias que posiblemente nadie recuerde, pero que yo nunca olvidé. Una de esas historias que no encontraba un lugar en dónde plasmarla, hasta que apareció la revista Leche y me la pidieron para un número especial hace un tiempo.
Fue la excusa perfecta.
En cierto mar cuyo nombre prefiero no recordar, se produjo uno de los naufragios más extraños que se recuerden.
Era una tarde tranquila en un pesquero japonés que rapiñaba el fondo del mar. De repente, el cielo comenzó a oscurecerse de a poco, los nipones que estaban en cubierta ofrecieron sus rasgados ojos al cielo, pero antes de que alcanzaran a ver algo, sintieron que el piso se abría y el mar empezaba a lengüetearles los pies.
Del susto pasaron sin escala a la sorpresa, al descubrir que lo que había hecho blanco en el pesquero era nada más y nada menos que una vaca.
Si bien se desconoce la raza del vacuno (que, obviamente, no sobrevivió a la caída), se sabe que tuvo más efectividad que un misil aire-mar. Los 700 kilos de asado, churrasco, vacío, costeleta, marucha, etc., hirieron de muerte al barco que ahora “duerme con los peces” (El Padrino dixit).
Cuando fueron rescatados por un barco patrulla ruso, los pescadores japoneses cargaron con ellos su asombro y sus bártulos, pero también la desconfianza. Tras narrar la increíble historia de la vaca voladora, nadie les creyó y fueron detenidos.
Todo relato tiene sus pliegues y este no es la excepción. Una de las versiones indica que un grupo de paisanos, enojados por la mezquindad de cierto estanciero (que ahora tal vez se esté quedando con buena parte de la Patagonia mientras ustedes pierden el tiempo leyendo esta nota), contrataron a un aviador para que robe la res.
La otra historia señala como culpable a un grupo de soldados rusos que, para completar sus magros sueldos, se dedicaban a robar ganado y a transportarlo por avión.
En ambos casos el final es el mismo.
La vaca tenía miedo a las alturas y se puso loca. Para evitar un accidente, la invitaron a saltar sin paracaídas. Con tanta mala suerte o, si se prefiere reivindicar al ejército ruso, con tanta puntería, que el animal dio con toda su vacunidad en el casco del pesquero, mandándolo a pique.
Cuando se les pasó el calambre estomacal por el ataque de risa ante la versión de los japoneses, las autoridades comprobaron la veracidad de los hechos y liberaron a los pescadores, quienes se quedaron sin barco, pero con una historia para contarles a sus nietos.
La noticia del insólito bombardeo vacuno y el posterior naufragio fue publicada en el diario moscovita Komsomolskaja Prawda (¡no saben lo que me costó leerla en ruso!), ahora llega a ustedes, compañeros de aventuras lácteas.
La historia está escrita y yo conjuré el viejo y fiel fantasma que me acompañaba desde hace años.
No me queda más que rendir el merecido homenaje a esa vaca voladora que cruzó el aire salino para convertirse en albóndiga contra un pesquero, a ese misil de carne que, lejos de la edulcorada fama de la vaca de Milka, se volvió leyenda en un salto al vacío (al horno con papas).
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