El hombre al que había disparado por la espalda le estaba mirando desde el suelo. Chigurh dirigió la vista hacia el hotel y el juzgado. Las altas palmeras. Miró al hombre. Yacía en un charco de sangre cada vez mayor. Ayúdeme, dijo. Chigurh se sacó la pistola de la cintura. Miró al hombre a los ojos. El hombre apartó la vista.
Mírame, dijo Chigurh.
El hombre le miró y desvió de nuevo los ojos.
¿Hablas inglés?
Sí.
No mires a otro lado. Quiero que me mires a mí.
Miró a Chigurh. Miró el nuevo día que clareaba a su alrededor. Chigurh le metió una bala en la frente y luego se quedó observando. Como reventaban los capilares de los ojos. La luz que disminuía. Como su propia imagen se descomponía en ese mundo disipado. Se remetió la pistola en el cinturón y miró una vez más calle arriba. Luego agarró la bolsa y se ajustó el Uzi al hombro y atravesó la calle y se dirigió cojeando hacia el aparcamiento donde había dejado su vehículo.
“No es país para viejos”, Cormac Mc Carthy. Pág. 98.
Mírame, dijo Chigurh.
El hombre le miró y desvió de nuevo los ojos.
¿Hablas inglés?
Sí.
No mires a otro lado. Quiero que me mires a mí.
Miró a Chigurh. Miró el nuevo día que clareaba a su alrededor. Chigurh le metió una bala en la frente y luego se quedó observando. Como reventaban los capilares de los ojos. La luz que disminuía. Como su propia imagen se descomponía en ese mundo disipado. Se remetió la pistola en el cinturón y miró una vez más calle arriba. Luego agarró la bolsa y se ajustó el Uzi al hombro y atravesó la calle y se dirigió cojeando hacia el aparcamiento donde había dejado su vehículo.
“No es país para viejos”, Cormac Mc Carthy. Pág. 98.
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